Yolanda Fernández Dice

domingo, octubre 28, 2007

"PROFESORA, ME LLAMO ANA..."

Salí del aula y caminaba por el pasillo con el Plan de Trabajo y la hoja de asistencia en las manos, cuando me abordó Ana. Acabo de iniciar un nuevo semestre en el CUPJLPR y mis aulas están repletas de caras nuevas. Ella era una de esas caras nuevas.
Ana es una mujer adulta. Cuando me abordó en el pasillo, la noté muy insegura, me dio la impresión de que no se sentía cómoda compartiendo aula con tantas muchachas jovencitas. En los cursos nuevo ingreso de Educación Especial la mayoría de la población estudiantil son muchachas muy jóvenes. Me dio la impresión de que creía que por ser adulta su derecho al estudio había caducado hace tiempo. Conversé un rato con Ana y ya me estoy preparando para darle la atención especial que requiere.
Esa conversación con Ana me hizo reflexionar sobre la exclusión y el conocimiento. Más que haber sido excluida, Ana se siente excluida, y ese es un problema más serio porque se trata de una conciencia excluida. Acaba de ingresar a estudiar una carrera universitaria y, por lo que me dijo, ella siente que no podrá superar las barreras que el conocimiento impone en la actualidad.
Pero, ¿hasta dónde alcanza la exclusión? ¿cómo no sentirse excluido del conocimiento cuando los cambios relacionados con él son tan rápidos e indetenibles?; ¿podremos absorber todo el conocimiento que se produce en la actualidad?; ¿estamos todos, de algún modo, condenados a la exclusión?; ¿cuánto y qué debemos conocer para no sentirnos excluidos del conocimiento?
Me hago estas preguntas porque siento que cuanto más estudiamos, más necesitamos conocer. Y la sensación de estar excluidos de los nuevos conocimientos y usos tecnológicos se va instalando porque es imposible alcanzar todo el conocimiento que se produce hoy.
Ana ha sido incluida en la educación formal, su edad no ha sido una barrera, pero ¿podrá incorporarse al conocimiento necesario para no estar al margen de los cambios?
Seguiré escribiendo sobre este tema porque la forma como se crea y difunde el conocimiento está generando un fenómeno de exclusión asombroso. Ayer lo discutía con unos colegas: estudiamos, conocemos, aprendemos, vamos a cursos y tratamos de mantenernos actualizados, pero debemos reconocer que en algunos campos del saber somos unos ignorantes excluidos... y no me apena decirlo.
Seguiré escribiendo sobre este tema: el conocimiento y la exclusión.

lunes, octubre 15, 2007

DEFENSA DE LA ALEGRÍA

Un entrañable, querido y viejo amigo me ha regalado estos versos de Mario Benedetti. Y como al recibirlos he recordado mis felices veinte años y eso me ha alegrado mucho, quiero compartirlos con mis lectores para juntos recuperar un poco la alegría que se nos escapa en medio de esta realidad tan inhóspita.
Un poco de alegría no viene mal. Amigo de mi alma, gracias por recordarme que un poco de alegría no viene mal... y que debemos defenderla como una trinchera, como un principio, como una bandera, como un destino, como una certeza, como un derecho...
Gracias...

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas.

Defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos.

Defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardíacos
de las endemias y las academias.

Defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres.

Defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa.

Defender la alegría como un derecho
defenderla de Dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar y también... de la alegría.

Mario Benedetti