Las últimas semanas han sido desquiciantes, aterradoras, confusas, inciertas...
Venezuela se ha convertido en un candelero donde la maldad se ha desbordado en contra de los ciudadanos que sólo queremos tener esperanza de un futuro mejor. El país se ha hecho imposible para la mayoría porque una minoría está aferrada al poder y lo usa para aniquilar.
No veo una solución a esta descomposición y el enfrentamiento ha dejado muchas muertes imperdonables, dolorosas, tristes, casi todos jóvenes. Muchachos y muchachas cuya vida ha sido truncada por la insensatez de unos pocos que manejan el poder para reprimir y hacer daño.
He ido a muchas marchas, he caminado por autopistas y calles, me han maltratado los gases lacrimógenos, he llorado de impotencia, me he sentido acorralada, me he sentido desesperada porque no veo una solución ni la voluntad necesaria para alcanzarla mediante la conciliación. Nos han mentido tanto que el tiempo de la conciliación parece que se agotó.
Me siento desprotegida, abandonada, rota, desprendida...
El día 19 fui a marchar con MP y JF, nos acercamos hasta la plaza Estrella en San Bernardino. Había un buen grupo de personas con banderas y muy animadas. En esa pequeña plaza convergen seis calles. Realmente, la plaza Estrella no es una plaza, es un triángulo donde hay varios semáforos imposibles de entender que regulan la convergencia de esas seis calles. Allí estábamos, animados como todos. Cuando por una de las calles comenzó a aparecer la gente que venía de la zona de San José, todos aplaudimos. Era un buen grupo de participantes que venía a incorporarse al grupo que ya estaba en Plaza Estrella. A los pocos minutos de unirse las dos multitudes, sonaron varias detonaciones. Corrimos, gritamos, pedimos calma, nos asustamos: le dispararon en la cabeza a un joven que después murió en un centro asistencial.
Regresé a casa con MP y JF. Me sentí muy impotente, lloré, renuncié a la calma, lloré mucho, pensé en la familia de ese muchacho asesinado, me dolió el corazón de madre, me duele el alma de ciudadana venezolana.
Todavía me duele esta herida tan grande que tengo en alguna parte de mi cuerpo, en el alma, en la sensibilidad.
Los acontecimientos no han parado, ha habido muchas manifestaciones: protestas justas para una ciudadanía a la que le han robado el futuro.
He vuelto a la calle, al asfalto, al sol...
He vuelto acompañada y sola a las calles con la certeza de lo que signfica ir sola a una manifestación en esta ciudad tan llena de miseria, descomposición y maldad.
En una de esas salidas conocí a Aura, una señora de más edad que la mía que también estaba sola en la manifestación. Con ella marché desde Altamira hasta Chacaíto, y con ella viví el terror de ser reprimidas con los asquerosos gases lacrimógenos que usan para silenciarnos. Los represores no tienen ningún tipo de piedad, disparan sus gases sin importar a quien maltratan.
Esto es una locura.
Que Dios nos mire con piedad... tanta gente que como yo sólo quiere un mejor futuro.