Yolanda Fernández Dice

domingo, septiembre 11, 2016

NICOLÁS

Cuando lo vio llegar, no lo reconoció de manera inmediata. Vio entrar a ese señor con barba de muchos días y sintió un enorme estremecimiento por la forma como él la miró. Se quedó plantado a un par de metros de donde ella se encontraba con algunos viejos amigos. 
Lo miro, le sonrió levemente y sintió un enorme escalofrío, sintió mucho miedo. Le preguntó a una de sus amigas sobre quién era ese señor; su amiga giró para ver y le dijo “no sé”. Él se dio cuenta de su pregunta, pero no dijo nada.
Seguía plantado, dolorosamente plantado mirándola y mirando la larga sala donde se encontraban todos. Luego alguien lo llamó y él entró pasando muy cerca de donde ella estaba, no la saludó y tampoco ella lo hizo. Al pasar a su lado, ella lo reconoció y comenzó a sentir mucho miedo por el cataclismo emocional que se avecinaba.
Ese señor era su viejo amor imposible, con muchas canas, el cabello largo y la mirada perdida por la sorpresa. Llevaba una camisa a cuadros con algún motivo en azul claro y un pantalón beige. Se veía bien, ella lo vio bien, físicamente lindo, aunque mucho más viejo e irreconocible por la abandonada barba y el pelo largo.
Ella se acercó a él. Él abrió los brazos para saludarla. ¿Tú eres Nicolás? -le preguntó para decir algo y mitigar el miedo que con intensidad estaba sintiendo. Se sintió estúpida porque ya sabía que era él... su Nicolás imposible, el mismo de sus días de estudiante adolescente. Su Nicolás de siempre. 
La abrazó levemente, le dio un beso suave y en su mejilla quedó ardiendo el contacto del calor de su cuerpo y de su barba. Esa sensación de calor le duró bastante rato, era como una picazón que le recordaba que ella estaba viva, y que él también estaba vivo y ardiente.
Se quedaron juntos un rato con otras personas conocidas. Allí delante de todos volvió a tocar el tema: su amor imposible, su amor frustrado, su amor de juventud. Su amor de toda la vida, su amor que explotó como un globo en su cara para despertarla del letargo de todos los años que habían pasado. “Tanto que yo te quería…” dijo él. Y ella, de manera irracional, infantil e imprudente, le espetó delante de todos y sin consideración: ¿Y ya no me quieres? Inmediatamente, él se puso rojo como tomate maduro en aquel inclemente calor de la sala, pero no le contestó. Ella se quedó en silencio con muchas ganas de abrazarlo y decirle “gracias, gracias, gracias por tanto amor”. 
Y desde ese día un enorme cataclismo emocional la acompaña todos los días y las noches de su existencia, pero él no lo sabe.